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SOPHIE, o la urgencia de bailar un mundo nuevo

Agárrate. Viajamos. Vamos a reducir la distancia espacio-temporal entre el mundo que vivimos y el que deberíamos vivir. La vida y obra de SOPHIE es un manifiesto artístico, político y futurista de cuyo impacto no somos aún realmente conscientes. Este artículo está mal escrito. Revela el problema que tenemos con el lenguaje, y es que no tenemos uno que se aproxime a referirnos a lx artista, tal y como ellx quería ser percibidx. Pero como bien acertaba, eso es problema nuestro. SOPHIE, que nos dejó el pasado 30 de enero, dejó un legado inmenso, dentro del que se encontraba una importante cuestión: es el mundo el que debe descubrir cómo referirse a personas no identificables por el capitalismo, y no son ellxs los que deben encajar en sus simplistas reducciones de la identidad.

A los 7 años SOPHIE ya escuchaba los casetes de su hermano y su padre con grabaciones de las raves de Glasgow. A los 10 quería ser músicx, había algo del mundo de esa electrónica y de la comunión que hay presente en la forma de relacionarse en las raves que le fascinó; nos hace pensar en esta increíble escena de The Lobster (Yogos Lanthimos, 2015). Estudió escultura en una Escuela de Arte dónde conoció la obra ‘Cremaster’ de Matthew Barney, y en la que encontró afinidad por una estética muy específica y generó su interés por las texturas tan características de su sonido. Pero en su adolescencia también descubrió refugio en canciones como ‘2 become 1’ de las Spice Girls, como muchxs otros, por su narración del amor adolescente, seguro e inclusivo. Y es que el imaginario transartístico de lx artista bien podría definirse como un híbrido entre ambas obras; tienen mucho más en común de lo que pensamos.

Como teclista de ‘Motherhood’, su primera banda, comienza una relación con máquinas y sintetizadores que se convertirían en futura manifestación de la visión de su propio mundo; la de reconstruirlo desconectándolo de las asociaciones sonoras y culturales que tan establecidas están en la música pop, creando unas nuevas –A room of their own-.

Después de proyectos, remixes y su implicación en PC Music, un sello discográfico que contextualiza todo este nuevo sonido generacional conocido como hypermusic, llegó ‘Nothing more to say’, una entrañable proyección que ya daba pistas sobre el universo sonoro casi punktrónico que acabo definiéndolx. Tras los exitosos singles ‘Bipp’ y ‘Lemonade’, llega su primer EP ‘Product’, dónde ya se daba forma a un estilo muy concreto: columnas de rugidos que se funden con voces distorsionadas, y que se ven respaldadas por glitchs y beats, son golpes de texturas extremadamente nítidas. Una buena experiencia para comprender el imaginario sónico es su última sesión de DJ Set que realizó online en 2020; ‘Heav3n Suspended’.

Antes de dar el salto a producir a superestrellas del pop, es definitoria su colaboración con Charli XCX en el EP ‘Vroom Vroom’; un antes y un después en las carreras de ambas artistas.

Comienza a crecer el interés por lx productorx que cambió el pop cómo se entendía hasta entonces. La contracultura de SOPHIE es completamente transversal, a través de su obra y su cuerpo hackea el mainstream y rompe definitivamente la línea que separa la música comercial de la experimental. Va más allá de una simple convergencia entre ambos espectros con la que internet redefinió la distribución en la industria musical con la llegada de MySpace.

Con su single ‘Lemonade’ llega un suceso controvertido. La canción se usa para un anuncio de McDonalds, algo que sorprende a sus fans, y que explica cómo funciona la apropiación cultural. Ellx se defendía explicando que una idea experimental no tiene por qué estar separada de un contexto comercial. La verdadera esencia de lx artista, a todos los niveles, está en su obra y en su vida; recodifica los canales y formatos capitalistas establecidos para apropiárselos y usarlos inteligentemente como un espacio difusión de creación artística y política. SOPHIE y su música conseguían cambiar el paradigma de lo que se percibe como mercantil pero no lo es; se trata de reconquistar un canal, es una expresión artística de la música pop que lo despoja de todas sus connotaciones y referencias históricas. La transversalidad de su imaginario, su pensamiento y posicionamiento político como mujer trans que no respondía a pronombres van de la mano (genre/gender); SOPHIE no sólo ha cambiado la música pop hackeando sus cargados cimientos, sino que se desidentiza desde el momento en que presenta ‘It’s ok to Cry’.

PC Music no es sólo una asociación que unía a artistas de una misma generación y que hacen música con sus ordenadores en sus dormitorios, y la difunden independientemente desde sus plataformas (Soundcloud se convierte en la casa de la hypermusic). Era una forma de conceptualizar con sonidos una crítica al desmesurado consumismo que tan presente está en el lenguaje audiovisual de los anuncios de grandes marcas.

Tras la muerte de SOPHIE, todos los medios especializados y artistas cercanos a lx artista hablaban de una figura imprescindible para entender la dirección de la música pop y hip hop de hoy en día (Arca, Jesse Kanda, Vince Staples, Kim Petras, Let’s Eat Grandma, u otros). Pero también se produce una especie de Madonnismo.

Por un lado, lxs prodcutorxs de música a veces son objeto de posicionamiento para artistas megaestablecidos que agotan la creatividad o input en sus propias canciones, a base de comprar beats. Pero por otro, y como bien reflexiona Jaime Brooks, músicx candiense, el mainstream, desde su vertiente más capitalista y patriarcal, se aprovecha y se equivoca al usar a comunidades de artistas underground formadas por brillantes y resilientes personas queer para decidir quién será la próxima Madonna. Y es una forma de reducir intencionadamente la carga activista que puede tener el arte musical y sonoro.

Ya sabemos que Bowie lo inventó todo en los 70 porque no han parado de repetírnoslo por activa y por pasiva. Pero en este caso, artistas como SOPHIE utilizan el mainstream más allá de una forma de difusión comercial; comienzan a extinguir el término desde el momento en el que no se entienden, por ejemplo, el reggeaton, el seapunk o el trap y su trasfondo político y social porque no se comprenden los nuevos lenguajes musicales, por el mismo motivo que no se entienden los estéticos: porque están absolutamente capitalizados. La moda del vinilo como objeto retro de coleccionismo lleva implícita una falta de reconocimiento a artistas contemporáneos claves en la historia de la música a los que el sistema no contempla en su verdadera dimensión, porque no interesa el uso político que hacen de sus canales virtuales.

En su libro “Ghosts of My Life” (2014), el teórico Mark Fisher planteaba que la cultura del siglo XXI estaba marcada por el anacronismo y la inercia, y que las propuestas innovativas de música del futuro, citando concretamente a SOPHIE, se perciben de una forma muy superficial. Algo que no ocurría, por ejemplo, con Kraftwerk, en la cultura digital de los 90. Y tiene que ver con los formatos y los géneros (musicales) instaurados; como si todo lo que hubiese ocurrido desde entonces fuese una mera imitación. La forma de consumir música no contempla mostrar al mundo a nuevos artistas.

La electrónica es un género músical mal entendido como objeto de consumo, asociado a la noche, al baile y a la desinhibición. SOPHIE lo revaloriza, pero no sólo porque se puede escuchar en casa, en una rave o en otros contextos, sino que no necesita museizarse para cobrar legitimidad artística. “Tras pasar del dance en UK al pop de USA, mi música en 2018 está en un lugar más experimental que no encaja en ningún sistema establecido”, relataba en una entrevista a Vulture.

“Un cuerpo no es una prisión, es una historia que no se cierra con el nacimiento, sino que es el prólogo de una vida”. Así recoge Sasha Geffen en su libro “Glitter Up The Dark (How Pop Music Broke the Binary)” su interpretación de la canción ‘Immaterial’.

No es que SOPHIE juegue a la confusión, es que relata a través de su música que una identidad no sólo no tiene que ser categorizada y capitalizada, sino que es no es algo definitivo. Desde sus comienzos y hasta la publicación de su último disco, una obra imprescindible en la que decide mostrar su rostro y su voz por primera vez, SOPHIE se esconde tras su flequillo en DJ SETS, en las gráficas de sus portadas y sus primeros vídeos, o juega al anonimato como en esta divertida entrevista en BBC Radio 1. SOPHIE no da pie a cuestionamientos de identidad o a argumentos populistas; su forma de entender el mundo es que éste se adapte a su (no) identidad.

Con todo lo que esto conlleva, su manifestación identitaria con respecto al uso de pronombres era una forma de futurismo: entender que el mundo es el que tiene el problema, desplazar la responsabilidad para que el lenguaje, la sociedad, la concepción de la identidad y la libertad se aceleren y se adapten a un mundo donde ellx ya está y al que tenemos que llegar. En la línea de pensamiento de Paul B. Preciado, y como una especie de optimización del paso de una persona por la tierra: no hay tiempo para encajar o no encajar, reconstruirse o identificarse, “voy a vivir mi mundo”.

Es con su último disco con el que SOPHIE recoge su esencia, su pensamiento y su propia vida; “Oil of Every Pearl’s Un-Insides”.

Efectivamente, el legado de Sophie es su último y más importante LP, publicado en 2018. Se trata de una cronología de la liberación en la que va relatando su florecer; no pasa nada por llorar (It’s Ok to Cry), por mostrar tu verdadero rostro (Faceshopping), nos habla de la innecesidad de considerar nuestras identidades algo finito (Ponny Boy / Inmmaterial), del miedo a dar el paso a ser uno mismx (Is It Cold In The Water?) y de la urgencia de un nuevo mundo (Whole New World/Pretend World es su particular swan song). Todo, bajo una producción musical sin precedentes.

En la conversación con Sophia, el robot humanoide, en Dazed Digital, SOPHIE habla del propósito de la música como la interpretación y reforma de vibraciones, para poder enviar y recibirlas. Además, define su hogar ideal como uno dónde crear música, estar cerca del océano, tener siempre agua cerca para hidratarse, y, sobre todo, a sus amigos, familia y su novia cerca. Esto está presente en la performance que realiza junto a Tzef Montana, su pareja de entonces, en la galería Fragile Berlin, en 2018. El futuro es mucho más sencillo que lo que queremos ver. O escuchar.

“Hay que romper los binarismos; te pueden hacer sentir que haces música rarx, que eres una persona rarx”, narra en una entrevista con Dj Mag. Esto apela a la interseccionalidad política de la obra y persona de SOPHIE: el concepto de género en su historia es algo de lo que ha deseado despojarse.

De alguna forma, desde un punto de vista artístico en este sentido, la obra de SOPHIE converge con la del artista contemporáneo argentino Adrián Villar Rojas a la hora de entender lo atemporal como eterno. En las obras de ambos, muy dispares en formato y discurso, hay un importante mensaje que refuerza la reflexión sobre lo contaminados que están los lenguajes visuales y artísticos; y es la de romper con esa falsa construcción que enfrenta lo underground con lo amable y elegante, porque el sistema no puede contemplar ambas convergiendo, ya que rompe el binarismo establecido.

SOPHIE fue unx artista que pasó fugazmente por nuestras vidas y su repentina marcha no ha hecho más que evidenciar la urgencia de que la sociedad y la cultura avancen, a todos los niveles. Nos hemos olvidado de un salto importante, y ahora hay que darlo, porque, aunque el fantástico y eterno sonido de estx artista incomode a los oídos habituados a la complacencia, un nuevo mundo está por llegar. Y en él, bailaremos siempre en tu honor SOPHIE.

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